Se estremecía, su cuerpo se estremecía, cada vez que él se acercaba.
Cada vez que sus pálidas manos rozaban su cara. Cada vez que sus
labios, sabor a miel, hacían en mero intento de besarla.
Algo recorría su estomago, tal vez mariposas que revoloteaban de un
lado a otro. El corazón , que, a cada instante, latía más fuerte.
Y, por supuesto, ninguna otra cosa, vagaba por su mente a parte de él,
su amado. Recuerdos y fantasías futuras, era en lo único que quería
pensar. Porque eso, en aquellos momentos, era lo único que la hacía
feliz. En su vida estaba él y solo él. Estaba claro, estaba enamorada.
El mejor sentimiento que jamás había experimentado.
Pero todo se desvaneció, la tierna mirada, esos ojos dulces, fueron
sustituidos por lagrimas. Aquellas caricias que la hacían tan feliz, se
fueron. Todo quedó en un mísero recuerdo. Pocas palabras quedaban por
hablar, en “NO TE QUIERO” fue suficiente para romper a llorar.
El sentimiento de amor, pasó a ser odio, tristeza y desesperación. Pues,
no quedaba nada, no quedaban ganas de respirar. Sabía, que no podía, ni
tampoco quería amar a nadie más que no fuera el. Y ahora todo se había
acabado… El se había ido lejos, no quería verla más.
Ella, triste y desolada, solo deseaba que fuera una pesadilla, un mal
sueño, y que al despertar, el estuviese a su lado, arropándola entre sus
brazos, queriéndola como nadie la quiso ni la querrá jamás.
Pero no era un sueño. Dormía y dormía, pues la única manera de verle
era soñar. Por poco tiempo, le volvía a sentir a su lado. El despertar
era lo más triste. Pues ahora solo deseaba dormir para siempre.